viernes, 1 de agosto de 2008
Cuerpo ausente, alma presente
El estado natural del hombre es el del perdedor. La contradicción está presta para interpretar siempre su papel. Qué bello es el camino de regreso del derrotado. Las manos cansadas, los ojos sufrientes y el corazón contrito ajenos, nos duelen. No amamos al perdedor por su derrota, sino porque se atrevió.
Nuestra dicha consiste en cortejar la grandeza sabiéndonos perdedores. La derrota no tiene nada que ver con la tristeza, sino con la verdad.
En nuestra sociedad actual vivimos empeñados en el disimulo de la verdad. Hay pocas actividades donde ocurren cosas auténticas. Una de las que quedan es la del rito taurino. La vida y la muerte en un ruedo son reales y por tanto auténticas. De ahí el influjo que aún ejerce sobre tantos, cruzado ya el umbral del siglo XXI.
Los toreros debieran ser los nuevos conquistadores de la verdad. El encargo ha recalado con fuerza en José Tomás. Ese cuerpo ausente y alma presente, que le hubiera escrito Federico García Lorca. Como el titán Atlas, el diestro de Galapagar, sostiene en sus hombros la nueva cruzada. Quiere liberar al mundo del toro de su mentira. Su ascesis es exigente, generosa y necesaria. Verdad en el rito, para que se pueda soportar la verdad de la vida. Todos creen que es el gran triunfador, pero él se sabe perdedor y por eso continúa su empresa. Lo de menos son sus pases, su forma de estar ante el toro. Quiere plantarle batalla a la mediocridad. Esa es su pose ante la vida.
“La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta”, decía el escritor inglés Chesterton. Démonos cuenta de la grandeza de José Tomás.
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