miércoles, 18 de marzo de 2009

El dolor en el siglo XXI


Jade Goody es una joven británica de 27 años de edad que alcanzó notoriedad pública por su participación en un “reality show” televisivo en su país. En este programa se caracterizó por mostrar un difícil carácter y por sus descalificaciones personales de tinte xenófobo a otra compañera concursante. Por este hecho, fue expulsada del citado “reality show”. Pidió disculpas posteriormente a la compañera a la que descalificó. Por la dinámica de los actuales medios de comunicación y la hegemonía de las cifras de audiencia, Jade Goody comenzó a recibir múltiples ofertas de trabajo en la televisión. Su mérito había sido mostrar su dificultad para la convivencia con otros jóvenes, así como su incontinencia verbal, que sobrepasó en muchas ocasiones el respeto mínimo que se merece cualquier persona. Aprovechó su momento, y su presencia en los medios de comunicación fue permanente. La fama y el dinero fueron su opción de vida personal. Entre determinados segmentos de población apareció un sentimiento de envidia a su éxito repentino. Jade Goody se convirtió en un gigante con los pies de barro.
Para desgracia de nuestra protagonista, hace sólo unos meses, le fue diagnosticado un cáncer de útero en estado avanzado. Los médicos le comunicaron que el pronóstico era infausto. Estaba en fase terminal. Madre dos hijos, decidió hace unas semanas cumplir su mayor deseo: casarse con su novio, el señor Jack Tweed. Sabedora de los pocos meses que le restan de vida, decidió antes de casarse, vender la exclusiva a los medios de comunicación de sus últimos días de vida. El contrato ha sido multimillonario.
Pudo ver cumplido su deseo, y finalmente contrajo matrimonio el pasado 22 de Febrero de 2009. En declaraciones a la revista que vendió su exclusiva, declaró: “Soy feliz, ¿qué más puedo pedir?”. Jade pudo aguantar toda su velada nupcial gracias a los medicamentos para el dolor que se le administraron. Días después del enlace nupcial tuvo que someterse a una operación de urgencia debido a una obstrucción intestinal que agravó mucho su estado de salud.
Alguien podría preguntarse: ¿es esta la nueva forma de enfrentarse al dolor y sufrimiento humanos en el inicio del siglo XXI? ¿La exposición pública de las vivencias íntimas del dolor y sufrimiento nos están aportando un auténtico avance en nuestra sociedad?

miércoles, 4 de marzo de 2009

La tapa


La tapa es la novela corta de nuestra cocina. Quevedo en su Buscón la denominó “aviso” y el siglo XIX confirmó su denominación en Andalucía. El queso y el jamón que cubrían las bocas de las copas de vino para evitar incómodos visitantes alados, parece que son los ancestros oficiales de la tapa.
Para conocer España hay que visitar sus bares y olvidarse de sus bibliotecas. El bar es la sala de estar del español medio. La barra es el sofá, y la televisión reina de forma absoluta. La caña de cerveza no se entiende sin la ensaladilla rusa y la manzanilla sin su queso. La sabiduría popular ha convertido en clásicos al pinchito, la tortilla de patatas y la anchoa. Nuestras tapas no son exportables a ningún país para desgracia de nuestros amigos los “guiris”. El secreto está en nuestra cocina. No en su acepción gastronómica, sino en la física. La tortilla sale buena en la sartén que se pega y además con los huevos de la Francisca, y el pinchito sólo alcanza su perfección en la plancha cutre del Sebastián.
Hasta aquí todo normal. El tema cambió cuando la cocina creativa descubrió la tapa. Los nombres sencillos se convirtieron en auténticos versos imposibles, los platos redondos en cuadrados, los palillos en tenedores en miniatura, y la ración generosa en proposición rácana. Bajo la excusa de una mayor sofisticación, nos quisieron decir que todo era resultado de un proceso de mayor elaboración, fruto de una supuesta profunda cultura culinaria. Uno puede tragarse toda esa cantinela, hasta que ve el precio de estas nuevas tapas. Es todo un camelo. Todo en la cocina creativa rinde honores al nuevo dictador llamado “minimalismo”. Todo, menos el precio. A ningún creativo le da por deconstruir el precio, y poner a la nueva tortilla a la mitad. ¡Qué cosa!
La crisis va a desenmascarar a todos estos cocineros de camisa y mandil negros, y nos va a obligar a preguntar por los callos de la Carmen.