martes, 23 de septiembre de 2008

Sonata de estío


Ronda es la muleta de España. Algunos conceden a don Francisco Romero, abuelo de Pedro Romero, la invención de la franela que en forma de engaño recibió el nombre de muleta. Esa tela es el deneí serrano. Los rondeños nacen con ella.
Los toros nunca quisieron desaparecer del mundo y menos de la serranía. Los cretenses de Knossos los pintaron, los romanos los popularizaron, y los reyes españoles hicieron política con ellos. Menos mal que el rondeño de nombre Pedro y apellido Romero, echó pie en tierra y se inventó al torero y por ende al toreo. Goya lo inmortalizó, Moratín le dedicó odas, el pueblo lo adoró, y las Duquesas de Osuna y de Alba, con el permiso de la reina Maria Luisa, bebían los vientos por él.
Desde aquel momento, ya todos los rondeños son toreros. Echan pie al albero, montan los engaños, y dan muletazos a los envites de la vida. Sueñan con parar, templar y mandar. ¡Qué bonito!
Me encontré hace años con el diestro Francisco Garrido Domínguez. Torero maduro, acudió de sobresaliente para remendar aquel festejo que pretendió ser “Allegro”, revista de arte, cultura y personas de los pasados noventa. Desde ese momento he tratado de ser su mozo de espadas. Con admiración y respeto por el maestro, cerquita de él, me ha impresionado su figura de genio y me ha conmovido su hombría de bien.
Serrano de pura piedra arenisca del Arroyo del Toro, monta su muleta particular con tinta y papel. Dibuja sus verónicas en forma de poesías, se entretiene en el tercio de varas con ensayos históricos y remata su faena con muletazos en forma de ficción literaria. Pedro Romero mató más de cinco mil toros y jamás pasó por la enfermería. Paco Garrido ha escrito miles de páginas y se ha desangrado en ellas. Su sangre ha fluido por cada una de sus líneas escritas, a modo de transfusión cultural para las generaciones venideras. Tanta ha sido la sangría, que libros, artículos, poemas, relatos y un largo etcétera han dejado a Paco debilitado. Ahora su ciudad quiere acordarse de él. Pretenden transfundirle ánimos en forma de gratitud, pesa mucho sobre los suyos el deber de justicia.
El escritor bueno no necesita más que escribir, y el malo quiere vivir. Paco debe seguir escribiendo por su alma.
El sabio Horacio proclamó que al hombre auténtico lo cuidan dos hermanas divinas que siempre están a su lado, la sabiduría y la compasión. Querido maestro, coge tu muleta y no te entregues todavía a la compasión, escribe y sigue desangrándote en esta dulce Sonata de Estío.

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