Umbral es la metáfora del español. Francisco representa el ideal de escritor de la canalla. Venido de provincias, de familia poco consagrada, sin estudios, pero con una pluma bien afilada, se presenta en el Café Gijón del foro.
Quien le iba a decir a don Gonzalo, “hombre de aspecto noble y castigos sádicos”, que de su aula saldría un malísimo alumno con esencia de gigante literario que bebía a diario de Edmundo DÁmicis. Su libro “Corazón” fue el bebedizo que a modo de bálsamo pudo confirmar a aquel enclenque niño que lo suyo iban a ser las letras.
Un Miguel Delibes, más interesado en la caza que en los hombres, atisbó pronto que ese jodido y espigado chaval se deshojaba con cada uno de sus artículos más que cualquier periodista de los grandes de la capital. Su “Norte de Castilla” era más un aviso y premonición que un periódico local. Plumas ágiles, desapegadas, con afán cervantino de sufrir en la vida a mano de una maquina de escribir.
Al buen escritor la vida no le ahorra nada. Las penurias económicas en Madrid tienen forma de pensión barata. Con hule rasgado, sábanas amarillas, ducha imposible y viuda de patrona, hasta las penas son menos penas. Entre el follaje de tanta hoja escrita, una bragueta siempre cargada y un discurso seminal presto a la chati que se pusiera a tiro. Las sábanas baratas a veces se convierten en academia.
Con más pena que gloria el joven de gafas profundas e imposibles se va conociendo las calles de Madrid. Escribir en la capital es otra cosa; es triunfo o billete de vuelta, se pierde la inocencia con la rapidez que un legionario conoce la borla de su chapiri. Nadie conoce a nadie, y el español de bien se gusta con la crítica que entierra a más hombres que una epidemia de peste. El arma de destrucción masiva es la de que te ignoren. Si no cuela, te buscan el talón de aquiles rápido. Pero el incipiente Umbral esquiva la patada a la espinilla con el recate corto y la frescura del que tiene todo perdido. Ignorarlo se torna casi en imposible.
En la estabilidad burguesa alcanzada sale a su encuentro su gólgota. Muere su hijo y encuentra su resurrección en la literatura, y su cielo se convierte en “Mortal y Rosa”.
El resto, me importa poco. Premios, reconocimientos y cócteles. Horror. La metáfora es el epitafio del cegarruto de provincias. No busquéis al gigante Umbral, saboread la metáfora de Francisco, que es lo que tenía de paleto y español.
Quien le iba a decir a don Gonzalo, “hombre de aspecto noble y castigos sádicos”, que de su aula saldría un malísimo alumno con esencia de gigante literario que bebía a diario de Edmundo DÁmicis. Su libro “Corazón” fue el bebedizo que a modo de bálsamo pudo confirmar a aquel enclenque niño que lo suyo iban a ser las letras.
Un Miguel Delibes, más interesado en la caza que en los hombres, atisbó pronto que ese jodido y espigado chaval se deshojaba con cada uno de sus artículos más que cualquier periodista de los grandes de la capital. Su “Norte de Castilla” era más un aviso y premonición que un periódico local. Plumas ágiles, desapegadas, con afán cervantino de sufrir en la vida a mano de una maquina de escribir.
Al buen escritor la vida no le ahorra nada. Las penurias económicas en Madrid tienen forma de pensión barata. Con hule rasgado, sábanas amarillas, ducha imposible y viuda de patrona, hasta las penas son menos penas. Entre el follaje de tanta hoja escrita, una bragueta siempre cargada y un discurso seminal presto a la chati que se pusiera a tiro. Las sábanas baratas a veces se convierten en academia.
Con más pena que gloria el joven de gafas profundas e imposibles se va conociendo las calles de Madrid. Escribir en la capital es otra cosa; es triunfo o billete de vuelta, se pierde la inocencia con la rapidez que un legionario conoce la borla de su chapiri. Nadie conoce a nadie, y el español de bien se gusta con la crítica que entierra a más hombres que una epidemia de peste. El arma de destrucción masiva es la de que te ignoren. Si no cuela, te buscan el talón de aquiles rápido. Pero el incipiente Umbral esquiva la patada a la espinilla con el recate corto y la frescura del que tiene todo perdido. Ignorarlo se torna casi en imposible.
En la estabilidad burguesa alcanzada sale a su encuentro su gólgota. Muere su hijo y encuentra su resurrección en la literatura, y su cielo se convierte en “Mortal y Rosa”.
El resto, me importa poco. Premios, reconocimientos y cócteles. Horror. La metáfora es el epitafio del cegarruto de provincias. No busquéis al gigante Umbral, saboread la metáfora de Francisco, que es lo que tenía de paleto y español.
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