La historia en minúscula la escribe una simple pelota. Los valores bursátiles, las cifras de parados, incluso el mismísimo euribor, son meras anécdotas, al lado de lo que representó ayer el minuto 93 en el campo del Chelsea en Londres. Iniesta, jugador del F.C. Barcelona, desaparecido durante todo el encuentro, se hizo mortal con su pierna izquierda y metió un golazo, que suponía el pase de su equipo a la deseada final de la “Champions” en Roma.
El Barsa venía de pasearse el pasado sábado por el campo de Concha Espina. Un Real Madrid en liquidación por cierre de una época, quiso aligerarle la carga al equipo catalán y le cedió de forma prematura una liga española bastante mediocre. Y entonces pensó pasearse también por las calles de Londres, pero no le resultó tan agradable como pensaron.
El último minuto es el verso que siempre ha cerrado el soneto en el Baloncesto. Esta noche ha sido la última frase del relato atrevido que el Barcelona ha ido escribiendo semana a semana durante toda esta temporada.
Las pasiones que generan los acontecimientos deportivos no han sido suficientemente estudiadas. En épocas de crisis, de bonanza, incluso de “apartheid”, el deporte ha ejercido de bote salvavidas para muchas personas. Sin hacer distingos sociales de ningún género, genera un estado de compromiso con los colores y una fe en la victoria, que muchos echamos de menos en otras actividades de la vida.
Posiblemente estos momentos inciertos necesiten más de entrenadores de fútbol valientes que de economistas reservones, que siempre creen en el milagro del último minuto.
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