El maltrato es el atajo del fuerte. La persona que utiliza la violencia cotidiana con los suyos no puede andar el camino largo y difícil de los afectos. Uno se hace merecedor de amor y respeto cuando se quiere a sí mismo, se reconoce dédil y vulnerable y necesita de los otros. No llegamos a ser nosotros mismos sin los demás. En ese tránsito duro, pero tan humano, del amor y de la generosidad con el otro, todos nos sentimos bien porque nos reconocemos. Sólo bajo el amor el hombre adquiere sus auténticas dimensiones y se puede observar su grandioso relieve. El amor sólo sabe de caminos largos, inacabables, complicados y desafiantes, no se encuentra nunca al final de ningún atajo.
La violencia ejercida por el hombre lo aleja de él mismo. Nadie puede reafirmarse a través de una bofetada o un insulto. Cada golpe, cada palabra alzada, empequeñecen al maltratador. No hay mayor injusticia que la de pagar con odio la cuenta del amor.
A las víctimas nuestra protección y desvelos, a los verdugos todo el peso de la ley y el desprecio de una sociedad que no los quiere contar entre los suyos. A todos, educación, cultura, verdad, generosidad y el ejemplo de las vidas logradas de tantos, que teniendo razones para odiar siguen amando día a día.
La violencia ejercida por el hombre lo aleja de él mismo. Nadie puede reafirmarse a través de una bofetada o un insulto. Cada golpe, cada palabra alzada, empequeñecen al maltratador. No hay mayor injusticia que la de pagar con odio la cuenta del amor.
A las víctimas nuestra protección y desvelos, a los verdugos todo el peso de la ley y el desprecio de una sociedad que no los quiere contar entre los suyos. A todos, educación, cultura, verdad, generosidad y el ejemplo de las vidas logradas de tantos, que teniendo razones para odiar siguen amando día a día.