miércoles, 2 de diciembre de 2009

La pena de Diego


Los primeros cantos de los pájaros del jardín de mi casa me despiertan a diario. Tras enfrentarme a las exigencias del necesario aseo, el siguiente sonido que escucho cada mañana es la voz de mi mujer. Antes de marcharme a trabajar beso a mi hijo y me quedo con el olor de su inocencia por estrenar. No puedo pedir más.
Seguro que algo parecido le debía ocurrir a Belén la madre de Aitiana. Vívían en Parla felices junto a Diego, el novio de mamá. Todos provienen de familias sencillas. La vida le había dado duro, y Diego, que es albañil, tuvo que dejar descansar por un tiempo a su palustre. La dichosa Justificar a ambos ladoscrisis lo había echado de su tajo. Le salió trabajo a Belén, e iniciaron una nueva vida en Tenerife. Aitiana era feliz, su madre se despedía cada mañana de ella y Diego aprendía a ser un padre necesario y cercano.
Todo fue bien hasta que la niña se cayó de un columpio. Por las heridas de esa caída finalmente falleció. Alguién confundió el origen de esas lesiones y a Diego se le acusó de violador y asesino de su niña.
La autopsia reveló la realidad de las cosas, pero Diego fue juzgado previamente y además fue condenado por todos. Le mostraron las fotos de la autopsia de su niña y recibió un trato inhumano.
Aitiana está enterrada, Belén llora su pérdida y Diego se muere de pena.
¿Qué sociedad estamos creando entre todos? La sencillez no puede estar en el banquillo y los reyes del morbo salirse de rositas. Algo hay que cambiar.

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