miércoles, 11 de febrero de 2009

El piso


El piso es el pedacito de cielo al que aspira todo español. Desde los romanos, todo el que vive en nuestro suelo patrio tiene gusto por la parcelita, las paredes y el tejado rematado. Vino posteriormente la escritura y se coló en nuestras pesadillas la hipoteca.
Nuestro gusto por la propiedad parece que la llevamos en los genes. Tanto es así, que el que alquila calla y el que compra canta. Con ese substrato no es difícil generar burbujas inmobiliarias y demás aventuras del ladrillo. En nuestro censo debe haber más amantes del cemento y el palustre que en ningún otro europeo.
Lo de los últimos años posiblemente no haya tenido parangón en ninguna otra época conocida. El dichoso pedacito de cielo se convirtió en un auténtico infierno. Comprarse un piso era misión imposible. La necesidad ineludible de la compra, al precio y condiciones que fueran, era directamente proporcional a la dificultad de acceso a la misma. A mayor dificultad, mayor necesidad nos generaba.
En toda esa locura económica, existían unos “afortunados”. Esas personas tan envidiadas eran las que por sorteo, accedían a pisos de protección oficial (vpo) que representaban la oferta razonable y justa de acceso a una vivienda. No eras para menos. Por eso cada premiado, gritaba e incluso lloraba de alegría, con el resto de los mortales maldiciendo su buena suerte.
Conocemos en estos días que a los que les toco la “primitiva” inmobiliaria ni pueden cobrarse el premio, porque ni les dan dinero para comprar el boleto. La realidad ha obligado a replantearnos nuestro amor por la escritura y el ladrillo. Sólo nos quedan los ecos de los gritos de alegría de aquellos premiados y los sollozos de los que en la actualidad salen de los bancos sin un euro.

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