martes, 24 de febrero de 2009

La muerte huele a dinero


La muerte es la cortesía de la eternidad. Disfrutamos haciéndola esperar. Los médicos trampean nuestros días y los enterradores se sientan a esperar. Todo es natural cuando la vida invita a poner su broche final de una forma serena. Cuando se cuela lo trágico, lo criminal, lo gratuito, lo innecesario, lo precoz en el hecho de morir de cualquier persona, el mar sereno se convierte en tempestad.
Todo cambió cuando morir pasó de ser un acto íntimo a un espectáculo de masas. La naturaleza de ese último acto se adulteró y ahora nos encontramos donde estamos. Se retransmiten muertes reales o figuradas a todas horas, en todas partes y para todos los gustos. Y claro, todo perdió su sentido. Lo que se entendía que era motivo para el dolor compartido, y hecho para pensar en las postrimerías, se ha convertido en escaparate y ocasión de adquirir notoriedad. Por desgracia, muchos medios de comunicación han elevado la vulgaridad a rango de noticia, y han querido revestir de interés periodístico lo que siempre se entendió como miseria humana. Ni la vulgaridad ni la miseria pueden ejercer nunca ninguna labor educativa ni formativa, son ajenas a la dignidad humana. Todo se elevó a la enésima potencia cuando el dinero acabó de adulterar todo.
El caso de Marta del Castillo o el de la pequeña Mariluz son tragedias humanas, que desgraciadamente han sido elevadas a noticias de “prime time” y han arrebatado la intimidad del dolor a sus familias. Bajo un falso interés por las personas, el dinero ha dictado la orientación de la noticia. Por mucho que me duela, y parezca un título de espagueti-western, la muerte en nuestros días huele a dinero.

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