España sobrevive gracias al deporte. Nuestra deuda inflama más el aire que el terral y nos hace demasiado vulnerables. Todos intuimos lo que puede pasar, incluidos los políticos, pero no queremos nombrar la soga en nuestra casa.
Si pudieran los políticos adelantarían la liga o pondrían en la parrilla televisiva un bucle con la final del Mundial del año pasado. A falta de fútbol, buena es la telebasura. Aida, Jorge Javier, la Princesa del Pueblo, Boris Izaguirre y demás tropa transitan por la parrilla televisiva a sus anchas.
Nuestros políticos conocen demasiado bien que a los españoles sólo se nos anestesia con el deporte. Hace unos meses saltó la noticia que nuestra querida atleta Marta Dominguez, en sus últimas semanas de embarazo, se la procesaba por asuntos oscuros relacionados con el dopaje y otros relatos macabros. Según las primeras filtraciones, se nos indicó que las pruebas recogidas en su contra eran tan claras, que el juez tenía el material suficiente para bajar a nuestra Marta de su pedestal. Fue sentenciada a pena de telediario. Su descrédito fue total y su trayectoria gloriosa se convirtió en pesada carga. Nadie salió a defenderla. Repito, nadie.
En su camino al Gólgota, tuvo la suerte de dar a luz a su hijo Javier, y comenzó a tejer su defensa, lejos de los focos y los falsos amigos. Recientemente, la jueza Pérez Barrios ha sobreseído las causas de dopaje que pesaban sobre ella.
Y ahora qué. Todos se han lanzado a felicitarla y a recordar que ellos siempre creyeron en su inocencia. Mentira. Le piden que vuleva a enfundarse sus zapatillas y defienda de nuevo a nuestro atletismo patrio. Ella sólo quiere mimar a su hijo Javier. Y hace bien.
Si yo fuera Marta no volvería a represantar a España hasta que no dimitieran de sus cargos cada uno de los responsables que tejieron el infundio que quiso distraer a una España que llora por el deporte y que se olvida de los deberes que tiene en la cartera.
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