Reproduzco a continuación el texto que he remitido a la comisión de mi pueblo que prepara la celebración de las fiestas en honor de nuestro Patrón, el insigne San Juan de la Cruz. Confío en que os guste:
La poesía es lo exquisito del lenguaje en el hombre. Es el manjar postrero del festín de una lengua. La prosa es del todo insuficiente para conocer al hombre. El verso representa lo elevado en una cultura. No hay civilización adelantada que no conozca de métricas, estrofas y poemas. El hombre ama, ríe, sufre y critica en verso. En rima consonante nace y en asonante muere.
La cultura europea dio a luz al Renacimiento que entronizó lo humano. Gracias a él, conocimos en España en el siglo XVI, al Siglo de Oro de nuestra literatura. La poesía de aquella centuria fue su mayor tesoro. Con reminiscencias de un elevado neoplatonismo emergente y un rastro de la sabia poesía popular, apareció el humanismo renacentista. El humanismo fue la mayor conquista de una civilización occidental que situó al hombre como medida de todas las cosas y dejó el encargo de velar por la dignidad de cada uno de los hombres hasta el fin de los siglos.
La poesía se convirtió en exquisitez gracias a las manos de un humilde frailecillo Carmelita Descalzo que buscando la santidad, necesitó de escribir bellos e intensos versos. San Juan de la Cruz, en palabras de Dámaso Alonso, “el más alto poeta de España”, representó la poesía del Siglo de Oro de España sin él quererlo, ni buscarlo.
Prisionero de los Calzados en Toledo, entre privaciones e injusticias, no se ocupó de otra cosa que de pedir a su carcelero, fray Juan de Santa María, algo de tinta y papel para escribir algunas cosas de devoción con las que entretenerse. Allí, en aquella soledad sonora, compone la mayoría de los versos de su “Cántico Espiritual”.
Muchos sucesos ocurrieron posteriormente en la vida del frailecillo reformador, al que gustaban los versos para alcanzar con su alma a su “Amado”, hasta que pudo retocar aquellos primeras estrofas de su obra cumbre en el Convento de La Peñuela en el corazón de Sierra Morena. Tiempo tuvo también en aquella soledad serrana de entregarse a la escritura de un libro sobre los milagros de las imágenes de Guadalcázar. Desgraciadamente esta obra se perdió.
Llama la atención que estos versos querían ser alimento para las almas que buscaban a Dios en el seno de su proceso reformador carmelita. Muchos de sus versos tenían de destinatarias a las monjas del convento de Beas de Segura en Jaén, por ejemplo. No tuvieron pretensiones literarias primarias, ni se afanó el carmelita con búsqueda alguna de notoriedad o fama.
Los textos sanjuanistas fueron ignorados por la crítica literaria durante siglos. Algunos eruditos de principios del siglo XIX se interesaron por los versos del carmelita, pero es necesario esperar a Menéndez Pelayo, y a su discurso en la Real Academia Española en 1881, para poder hablar del interés del mundo literario por San Juan de la Cruz. Desde ese momento son incontables los expertos interesados en comprender y valorar la peculiaridad de la obra del místico castellano. Los poetas han jugado un papel especial a la hora de la recuperación y difusión de los versos de San Juan de la Cruz.
Hubo frecuentes referencias de los miembros de la Generación del 98 a la obra poética del carmelita. De manera análoga, Juan Ramón Jiménez se deshizo en elogios en su obra “Ideología”, con la poesía del frailecillo. Pero debemos afirmar que la recuperación poética de San Juan de la Cruz llegó de la mano de los escritores de la Generación del 27. Además desde un doble sentido. En primer lugar, desde la perspectiva crítica, a través de una amplia y sensitiva labor exploradora e investigadora sobre los textos sanjuanistas, principalmente sobre su poesía, que conduciría a la alta valoración de la que actualmente goza. A esta labor se dedicaron fundamentalmente Jorge Guillén, Dámaso Alonso y Federico García Lorca, como quedó patente en su conferencia en 1928 de Granada, titulada “Imaginación, inspiración, evasión”, donde analizaba la obra de Góngora y San Juan de la Cruz.
En segundo lugar, los poetas de la Generación del 27 se revelaron como verdaderos asimiladores de la poesía de San Juan, pues en sus escritos su huella es perceptible, lo que presupone una concepción poética contemporánea del poeta carmelita. El seguimiento de esta característica se ha llevado a cabo en los “Sonetos del amor oscuro” de García Lorca, aunque el rastro es más evidente en otros autores como Guillén, que puede ser estudiado en su obra “Lengua y poesía”, que recoge una serie de conferencias dictadas por él en la Universidad de Harvard.
Por primera vez en el estudio literario, se acercó la crítica especializada, en este caso ejercida por los poetas de la Generación del 27, desde una perspectiva no únicamente religiosa.
Luis Cernuda, se distanció de la posición de los restantes miembros de su generación, por considerar que, si se prescindiera del contenido místico, se privaría a la poesía de San Juan de la Cruz de su más alta calidad. Escribió: “Lo maravilloso no es sólo la perfección de su obra, sino que toda esa obra, verso, comentario, aforismo o carta, fue escrita por fuerza de amor, para enseñar a otros el camino del amor”.
Escribir sobre La Carolina es encontrarse con La Peñuela. Este sencillo y desaparecido convento nos invita a encontrarnos con San Juan de la Cruz.
El otoño es la excusa para Sierra Morena. El frío continental baña un paisaje que en poco envidia la primavera más triunfante de otros lugares vecinos. Los olivos ofrecen sus aceitunas y su serenidad al viajero, y las encinas repletas de bellotas saludan a los ciervos y jabalíes que se disputan tan gran manjar.
Noviembre es el mes del santico de La Peñuela, San Juan de la Cruz, en La Carolina. Mientras quede un carolinense vivo, éste hará fiesta en el lugar en que se encuentre, recordando al poeta del amor cada Noviembre de su vida
La poesía es lo exquisito del lenguaje en el hombre. Es el manjar postrero del festín de una lengua. La prosa es del todo insuficiente para conocer al hombre. El verso representa lo elevado en una cultura. No hay civilización adelantada que no conozca de métricas, estrofas y poemas. El hombre ama, ríe, sufre y critica en verso. En rima consonante nace y en asonante muere.
La cultura europea dio a luz al Renacimiento que entronizó lo humano. Gracias a él, conocimos en España en el siglo XVI, al Siglo de Oro de nuestra literatura. La poesía de aquella centuria fue su mayor tesoro. Con reminiscencias de un elevado neoplatonismo emergente y un rastro de la sabia poesía popular, apareció el humanismo renacentista. El humanismo fue la mayor conquista de una civilización occidental que situó al hombre como medida de todas las cosas y dejó el encargo de velar por la dignidad de cada uno de los hombres hasta el fin de los siglos.
La poesía se convirtió en exquisitez gracias a las manos de un humilde frailecillo Carmelita Descalzo que buscando la santidad, necesitó de escribir bellos e intensos versos. San Juan de la Cruz, en palabras de Dámaso Alonso, “el más alto poeta de España”, representó la poesía del Siglo de Oro de España sin él quererlo, ni buscarlo.
Prisionero de los Calzados en Toledo, entre privaciones e injusticias, no se ocupó de otra cosa que de pedir a su carcelero, fray Juan de Santa María, algo de tinta y papel para escribir algunas cosas de devoción con las que entretenerse. Allí, en aquella soledad sonora, compone la mayoría de los versos de su “Cántico Espiritual”.
Muchos sucesos ocurrieron posteriormente en la vida del frailecillo reformador, al que gustaban los versos para alcanzar con su alma a su “Amado”, hasta que pudo retocar aquellos primeras estrofas de su obra cumbre en el Convento de La Peñuela en el corazón de Sierra Morena. Tiempo tuvo también en aquella soledad serrana de entregarse a la escritura de un libro sobre los milagros de las imágenes de Guadalcázar. Desgraciadamente esta obra se perdió.
Llama la atención que estos versos querían ser alimento para las almas que buscaban a Dios en el seno de su proceso reformador carmelita. Muchos de sus versos tenían de destinatarias a las monjas del convento de Beas de Segura en Jaén, por ejemplo. No tuvieron pretensiones literarias primarias, ni se afanó el carmelita con búsqueda alguna de notoriedad o fama.
Los textos sanjuanistas fueron ignorados por la crítica literaria durante siglos. Algunos eruditos de principios del siglo XIX se interesaron por los versos del carmelita, pero es necesario esperar a Menéndez Pelayo, y a su discurso en la Real Academia Española en 1881, para poder hablar del interés del mundo literario por San Juan de la Cruz. Desde ese momento son incontables los expertos interesados en comprender y valorar la peculiaridad de la obra del místico castellano. Los poetas han jugado un papel especial a la hora de la recuperación y difusión de los versos de San Juan de la Cruz.
Hubo frecuentes referencias de los miembros de la Generación del 98 a la obra poética del carmelita. De manera análoga, Juan Ramón Jiménez se deshizo en elogios en su obra “Ideología”, con la poesía del frailecillo. Pero debemos afirmar que la recuperación poética de San Juan de la Cruz llegó de la mano de los escritores de la Generación del 27. Además desde un doble sentido. En primer lugar, desde la perspectiva crítica, a través de una amplia y sensitiva labor exploradora e investigadora sobre los textos sanjuanistas, principalmente sobre su poesía, que conduciría a la alta valoración de la que actualmente goza. A esta labor se dedicaron fundamentalmente Jorge Guillén, Dámaso Alonso y Federico García Lorca, como quedó patente en su conferencia en 1928 de Granada, titulada “Imaginación, inspiración, evasión”, donde analizaba la obra de Góngora y San Juan de la Cruz.
En segundo lugar, los poetas de la Generación del 27 se revelaron como verdaderos asimiladores de la poesía de San Juan, pues en sus escritos su huella es perceptible, lo que presupone una concepción poética contemporánea del poeta carmelita. El seguimiento de esta característica se ha llevado a cabo en los “Sonetos del amor oscuro” de García Lorca, aunque el rastro es más evidente en otros autores como Guillén, que puede ser estudiado en su obra “Lengua y poesía”, que recoge una serie de conferencias dictadas por él en la Universidad de Harvard.
Por primera vez en el estudio literario, se acercó la crítica especializada, en este caso ejercida por los poetas de la Generación del 27, desde una perspectiva no únicamente religiosa.
Luis Cernuda, se distanció de la posición de los restantes miembros de su generación, por considerar que, si se prescindiera del contenido místico, se privaría a la poesía de San Juan de la Cruz de su más alta calidad. Escribió: “Lo maravilloso no es sólo la perfección de su obra, sino que toda esa obra, verso, comentario, aforismo o carta, fue escrita por fuerza de amor, para enseñar a otros el camino del amor”.
Escribir sobre La Carolina es encontrarse con La Peñuela. Este sencillo y desaparecido convento nos invita a encontrarnos con San Juan de la Cruz.
El otoño es la excusa para Sierra Morena. El frío continental baña un paisaje que en poco envidia la primavera más triunfante de otros lugares vecinos. Los olivos ofrecen sus aceitunas y su serenidad al viajero, y las encinas repletas de bellotas saludan a los ciervos y jabalíes que se disputan tan gran manjar.
Noviembre es el mes del santico de La Peñuela, San Juan de la Cruz, en La Carolina. Mientras quede un carolinense vivo, éste hará fiesta en el lugar en que se encuentre, recordando al poeta del amor cada Noviembre de su vida
1 comentario:
San Juan de la cruz fue un reformista para su época.pero no ha de olvidarse que en gran parte de sus escrito ocultos con vellas palabras denotan las experiencias que tubieron juntos,Santa Teresa De Jesus y San Juan De la Cruz.El amor que anbos se procesaban dieron su fruto en la escritura bella y serena.
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