martes, 12 de octubre de 2010

De cohetes, apéndices documentales y otros relatos

El otoño fue el principio de todo. Después vino el plomo y la plata, la Batalla de las Navas de Tolosa, La Peñuela, San Juan de la Cruz, Olavide, los ilustrados, los colonos, los hijos de la Francia, que salieron por  pies, los intendentes, el fuero y la madre que nos parió a cada uno de nosotros. La Carolina se reconoce en su frío, la defensa de su sierra y su identidad, el amor a los frailes calzados y descalzos que mimaban las piedras y las almas, su devoción al santico, poeta universal y fiel siervo de Dios, su gusto por lo ilustrado, su carácter acogedor, su respeto al diferente y sus cojones de minero que fuma “caldo de gallina”, bebe aguardiente del barato y ahoga las penas entonando una taranta.
El carolinense es un hombre curtido que tiene en su “adn” su afán por lo ilustrado, la piedad sencilla de los frailes descalzos y su interés por emprender empresas ambiciosas, bien en las entrañas de la tierra o en el interior de las mentes. Nos gustan las personas, no nos reconocemos en la soledad y el retiro. De ahí, que La Carolina haya sido madre de tantos hombres y mujeres que han querido escribir en las páginas de la Historia en sus párrafos relevantes y no sólo en notas al pie de página.
La Carolina es grande porque los carolinenses no pueden, ni han querido nunca, ser pequeños.
Cada mes de Noviembre, nuestro pueblo se para por un momento y recuerda a su San Juan de la Cruz, que en el mundo es poeta y místico de altos vuelos y que se hubiese valido sólo para llenar nuestro Siglo de Oro, y para nosotros es nuestro patrón, mediador y frailecillo cercano, que quiso a nuestra tierra como sólo saben querer los santos. Cuanto más cerca estemos de nuestro patrón, seremos más respetuosos con nuestros orígenes, y podremos seguir emprendiendo las empresas que nos son propias.
Este año, Noviembre tiene una significación especial para todos los que nos sentimos “sanjuanistas”. Nuestro querido Carlos Sánchez-Batalla Martínez no podrá glosar las delicias de su amado frailecillo, porque partió recientemente a cantar con él maitines al cielo.
Carlos ha representado lo exquisito de La Carolina. Maestro, historiador, escritor y padre, ha sido un gigante ilustrado en un pueblo al que conocía en pelotas. Nada de lo carolinense le era desconocido al gran Carlos. Con su impenitente interés por los temas de nuestro pueblo, fue buceando en piedras, legajos, libros y personas, para ir construyendo una calzada por la que el resto pudiéramos transitar de forma tranquila y segura. Con la sencillez del peón caminero, ha ido depositando piedra histórica a piedra, en este camino que todos reconocemos ahora como propio y sentimos tan cercano y conocido. Comenzó por el Paleolítico, siguió con las piedras que conformaron la Peñuela, se sentó a la mesa de Olavide, discurrió por nuestro movido siglo XIX, nos mostró al detalle su siglo, y se asomó al siglo XXI.
El trabajo de Carlos es muy relevante por lo extenso y por lo intenso de su alcance. Sin duda, es el  carolinense que más ha contribuido a la historiografía de nuestro pueblo. Desde el trabajo callado, sin ningún tipo de oropel y excipientes añadidos, ha construido con sus trabajos la historia que los carolineneses necesitábamos.
San Juan de la Cruz fue para él por un lado, su mediador espiritual, y por otro, fuente inagotable de inspiración para todo tipo de investigaciones históricas. Sabemos que acudió a la intercesión del santico en muchas ocasiones, como en aquellas fiestas  en su honor del año 1979.  Por falta del cohetero oficial, se atrevió a  asumir esa responsabilidad y tras varios intentos sin problemas, llegó el cuarto lanzamiento y éste se dirigió en dirección a los feligreses. Sin duda, gracias a la devoción verdadera de Carlos, San Juan de la Cruz obró el milagro e hizo estrellarse a este cohete juguetón contra una de las escasas piedras que había en la calzada, evitando así todo tipo de daños para la feligresía. Desde aquel año Carlos siempre optó por la pluma y no por los cohetes. Así cada Noviembre, en el libro que reúne las loas al santico en la conmemoración de las fiestas patronales, su contribución era constante y siempre relevante.
Puedo afirmar que su contribución al estudio de La Peñuela y San Juan de la Cruz que aparece en el primer tomo de su colosal obra “La Carolina en el entorno de sus colonias gemelas y antiguas poblaciones de Sierra Morena” es la más importante hecha desde la investigación histórica rigurosa y no ha sido superada por ninguna otra. Gran parte de lo que sabemos de los temas “sanjuanistas” se lo debemos a su estudio y erudición. Sus apéndices documentales son auténticas joyas que tejen el collar intelectual que nos prepara para el gran evento que es encontrarnos con nuestra historia local. Sus apéndices, sus notas al pie, su bibliografía consultada, son las semillas para estudios postreros, que no deberán olvidar nunca la procedencia original de las primeras aportaciones realizadas por Carlos. Los escritos históricos de Carlos Sánchez-Batalla son la cortesía de lo exquisito, son el fruto del interés y la generosidad del ilustrado.  Carlos ha sido el Intendente de la historia, el Olavide de los legajos, el Ondeano de los mapas, el hermano mayor de la Hermandad de San Juan de la Cruz.
La Carolina es más carolinense desde que Carlos decidió escribirle. Descanse en paz.

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