La lluvia y el frío son los estados naturales del escritor. Para escribir se necesita talento, y tener el alma helada y empapada. Se escribe desde las tripas cuando ya no queda nada en ellas. La amargura y la soledad acompañan a las palabras que quieren convertirse en auténticas dagas para cobrarse cada uno de los corazones que salen al encuentro. Pero siempre desde el hambre, la indigencia.
No se puede escribir desde el calor, la nomina del mes y la nevera llena. El escritor apuesta todo con su escritura, sabe que no tiene nada que perder, porque no le fue dado nada. La posteridad huele a alcanfor y mortaja. La vida para el escritor siempre es a contracorriente, a contrapelo.
El plan de pensiones entierra al escritor, la lista de la compra lo envilece, lo políticamente correcto lo hace esclavo. Todos los escritores tuvieron un esclavo dentro que necesitaron matar, romper con sus cadenas y obedecer ya sólo a su escritura.
Las palabras salen con forceps en un parto doloroso que no conoce a la anestesia epidural. Se escribe cuando uno vive en la nada y tiene la fuerza suficiente para tocar los huevos, acariciar los corazones o elevar las almas.
Escribir es dar el coñazo, es llamar a las puertas sin tener ninguna ninguna noticia nueva. Todos los grandes no se cansaron nunca de llamar, los pequeños cada vez tenemos menos fuerza para elevar la mano.
Yo quiero escribir hoy pero no puedo, porque en mis muñecas porto relojes, en mi bolsillo llevo cartera y en mi mente, obligaciones.
Mañana será otro día.
1 comentario:
Excelente.
Me quito el sombrero.
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