El mundo taurino necesitaba atención. La crisis interna que estaba viviendo no podía ser narrada por los especialistas de la materia, ni encontrar sólo repercusión en el periodismo de pocos kilates que representa la crónica rosa. Necesitaba el interés de todos aquellos que piensan, critican, polemizan, entronizan y desbancan, y además la de los periodistas de gran cilindrada. El mundo del toro es muy endogámico, reducido, interesado, parco en lo docente, generoso en lo elogioso y olvidadizo con sus miserias. He defendido en multitud de ocasiones que un artículo de Umbral hacía más por los toros que la temporada de muchos diestros.
Quién nos iba a decir a los aficionados taurinos que un ataque tan en la línea de flotación de la propia esencia del toreo iba a obrar el milagro. Los toros son actualidad, construyen polémicas y generan pensamiento y opinión. Eso era lo mejor que nos podía pasar. El Parlamento Catalán está inmerso en pleno debate a propósito de dirimir sobre la conveniencia o no de ilegalizar las corridas de toros atendiendo a una iniciativa de un grupo de personas autodenominadas “antitaurinas”. Escritores, periodistas, intelectuales, filósofos, científicos, toreros, ganaderos, pintores, escultores, cantantes, actores, ecologistas y demás gentes de altas miras y vuelos elevados han tenido a bien ocuparse de los toros. Gracias y bienvenidos. De todo ello se genera el debate necesario que arrojará luz a la crisis taurina.
El pasado domingo en su habitual sección de opinión “El extranjero”, el escritor malagueño Antonio Soler escribió un articulo titulado “Toros Catalanes” (Diario Sur 7-03-10). Leí el mismo con sumo interés. Sin duda, me divirtió, y conocí su postura frente a los toros. Para los que no leyeron esta columna su posición se resume en que la “carnicería parsimoniosa”, definición que le da a la corrida de toros, no “puede haber el menor atisbo de arte”. Su opinión es excesiva, tremendista, pero sobre todo previsible. Nada nuevo bajo el sol.
Créanme que lo que más me llamó la atención de su dominical artículo no es su previsibilidad sino su frágil sustento conceptual de la crítica que hace de las posibles atribuciones artísticas que damos algunos a los toros.
Defiende que el hecho de que los toros hayan sido motivo de inspiración a artistas, como Picasso o Goya, no les conceden atribuciones artísticas a los mismos. Todos estamos de acuerdo en esta afirmación. La mirada del artista sobre la realidad no confiere rasgos artísticos a la misma, hasta ahí podíamos llegar. Lo que si defendemos los taurinos es que a veces en una corrida de toros se pueden dar todos los condicionantes para que el encuentro de un hombre con un engaño endeble frente a un toro, una auténtica fiera, tenga sentido poético, que como bien conoce nuestro querido escritor es la esencia de cualquier obra de arte. Esto es, la acción del torero intenta desvelar otras realidades humanas con mayores sugerencias que la propia realidad aparente de las cosas, como Picasso con sus retratos de mujeres imposibles.
En otro orden de cosas, apuesta porque los aficionados se defiendan únicamente diciendo que “les gustan los toros porque si”. Siguiendo este argumento, nunca la sociedad en su conjunto, ni ninguna actividad artística crecería. Las opiniones por muy asertivas que intenten ser, no pueden limitar la posibilidad del debate ya que nos convertiría la vida en muy aburrida y vulnerable a las opiniones impuestas por la fuerza. Del porque sí se puede pasar fácilmente al porque lo digo yo.
Me llamó la atención sobremanera que situara gran parte de su critica en que lo verdaderamente espantoso de las corridas de toros es su vertiente de espectáculo. Coincido con Antonio Soler que muchas veces el espectáculo es mal amigo del arte, pero no por ello debemos olvidar que está en la esencia misma de las corridas de toros el afán por la comunicación de las emociones al público. El arte, recordemos, tiene en su esencia una función profundamente comunicativa, el arte es un metalenguaje que acerca a las personas. La corrida de toros es un rito con afán artístico que es cruento pero que no se articula sobre el espectáculo de la lidia y muerte del toro. Parafraseando a Ortega y Gasset en su defensa de la caza, al toro se le mata por haberlo toreado, no se torea para matar.
Finalizaba su articulo lanzando el postulado de que gente tan ridículamente vestida no puede en ningún momento aspirar a convertir su actividad en arte. Lo de la vestimenta no deja de ser un comentario jocoso, pero sí debo recordar que en algunas ocasiones en una corrida de toros se encuentran todos los elementos que definen a una actividad humana como artística, a saber: verdad, belleza, ansia de plenitud, sentido poético, deseos de comunicación y entrega del ejecutante.
Antonio Soler se introdujo el pasado domingo en el laberinto taurino.