41 años no son nada

El sol me ha despertado como tantas mañanas. Se cuela temprano por nuestro jardín y se deja acompañar de los primeros cantos de los pájaros que saludan al nuevo día. Es una sensación maravillosa y es una forma mágnifica de saludar al día. Me levanto y veo en la cama a mi mujer y mi hijo que todavía quieren alargar la noche. Su sueño me transmiten paz y serenidad. Son tan importantes para mi, que no podría entender la vida sin ellos.
Hoy es un día especial para mi. Cumplo 41 años. He dado gracias a Dios por todo lo que me ha dado y por no ser impaciente conmigo. Anoche me llamó mi madre y mi tía Loli, que la acompañó en aquella noche que quise enfundarme el traje de torero para enfrentarme a la lidia de la vida. Sus voces me resultan tiernamente familiares, ellas fueron las que primero me hablaron. Sus besos me saben a gloria, tienen el sabor del primer beso.
La vida me ha tratado y me trata demasiado bien, no sería justo que me quejara. Me ha ofrecido casi siempre la opción dura, difícil, casi nunca la sencilla, pero aún así he sido afortunado. Tengo buena salud, me quieren los míos, me aprecian otros y me respetan casi todos. A algunos les hago poca gracia, pero es el pago obligado que tiene cualquier persona que quiere ser protagonista de su vida y no le gusta plegarse a la vulgaridad.
La medicina es mi patria, y los enfermos mis compañeros de viaje. Intento darles lo mejor de mí, aunque tantas veces eso es demasiado poco para lo que verdaderamente necesitan.
Procuro ser un buen marido, padre, hijo, hermano, primo, sobrino, amigo, compañero, conocido... No siempre lo consigo pero nadie me bajará del burro de la áscesis permanente por lograrlo.
Mi hipoteca con respecto a la vida es demasiado grande. Muchos me prestais día a día demasiados bienes y talentos para que siga invirtiéndolos. Me siento un rico sin dinero en los bolsillos, y menos aún en el banco.
Gracias a vosotros que también me regaláis día a día vuestra atención y vuestro tiempo. Sólo deciros que 41 años no son nada.