martes, 7 de diciembre de 2010

Dorsal 883

La tarde ha elegido el gris y el cielo es un oceano de nubes en Ronda. Desde la ventana de la habitación donde escribo diviso tejados, chimeneas y la oscuridad que comienza a apoderarse del firmamento. No tengo frío, pero tengo la percepción de que debe hacerlo traspasando sólo la pared que me separa del aire serrano. Estos días debían ser declarados fiesta local, porque Ronda bucea en sus entrañas entre olor a humedad, frío que penetra hasta dentro y la sensación de la piedra, quietud y firmeza. Por fortuna he oído el transitar de un coche y me ha parecido algo extraño, un artista al que no se le ha invitado a este otoño inspirador. Me gustaría calzarme mis zapatillas y salir al encuentro de eso que es el otoño en Ronda y que no sé describir con palabras. 
En la actualidad hay pocas cosas más que me hacen tan feliz como correr. Comencé este Marzo pasado a levantarme a las 6:30 de la mañana para correr, ducharme y leer antes de ir al trabajo. Como si se tratara de una profecía, algo en mi interior me decía que debía prepararme para el camino que este año que acaba me estaba preparando. Dejé en Junio el trabajo que más me había llenado profesionalmente, hasta ahora. Y desde ese momento tuve que comenzar a desandar  cada mañana para encontrarme con un camino que fue el mío pero que ya no reconocía. La experiencia ha sido maravillosa. Mi travesía por el desierto, ahora sólo llevo la mitad, me ha hecho volverme a encontrar con los pacientes y con la carrera diaria.
Uno de mis mejores amigos de la profesión, el gran médico humanista y maratoniano por excelencia, Román Manteca, me regaló en verano un libro delicioso del japonés Haruki Murakami, titulado  "De qué hablo cuando hablo de correr". En él nos describe cuanto de parecido existe entre la ascesis del escritor y la del maratoniano. Me impactó la siguiente sentencia: "Para mí, correr, al tiempo que un ejercicio provechoso, ha sido también una metáfora útil. A la par que corría día a día, o a la vez que iba participando en carreras, iba subiendo el listón de los logros y, a base de irlo superando, el que subía era yo. O, al menos, aspirando a superarme, me iba esforzando día a día para conseguirlo". El  libro me encantó y recomiendo su lectura a todos los amantes al deporte y  la literatura.
En mi familia siempre hemos disfrutado con el deporte. Mi padre corrió desde muy joven. En el servicio militar sus cualidades atléticas le procuraron una serie de beneficios que le hicieron más sencilla su temporada militar en una época de hambre y desidia. He heredado de mi padre esa ambición por conseguir lo que me propongo, ese correr distinguido que ocupa la cabeza esperando nuevas y diferentes gestas. Ahora anda cojeando, pero en su memoria permanecen sus piernas fuertes y su espiritu sacrificado. Correr es un gustoso sacrificio para el intelectual. Castigar al cuerpo predispone a volar más alto con la cabeza. 
Ayer corrí mi primera carrera, tras mi reencuentro con el deporte. Fueron  12 Kilómetros los que recorrí entre pequeñas gotas, aspiraciones grandes de los que me acompañaban y metas sencillas. El objetivo que me propuse lo conseguí. Finalicé en poco más de una hora la carrera y regresé a casa con la sensación del deber hecho. Pero no sólo con eso.
Cuando suena el despetador cada mañana, el mundo conspira para que siga entre sábanas y renuncie al sacrificio diario de calzarme mis zapatillas. Recuerdo la frase de la canción de "El último de la fila", "Mi patria en mis zapatos" y así me siento dueño de mi alma y me levanto. La motivación para seguir día a día retando a la comodidad trato de encontrarla de forma continua. Ayer encontré un elemento motivador muy importante para mí y que me va a acompañar durante el tiempo que me quede corriendo. Le propuse un pacto a Dios, y cuando pasaba por la chimenea del paseo marítimo, que fue construida por la empresa minera de mi padre, "Los Guindos" para más señas, le dije que yo aguantaría todas las incomodidades que procura el ejercicio diario, si a cambio todo el tiempo que yo me sacrifico, Dios se lo añade al tiempo de vida que le resta a mi padre. Cuando finalicé la carrera, comprobé que Dios había aceptado el pacto.
Me olvidaba, porté el dorsal 883.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Enhorabuena por tu participación en la carrera y por tener esa capacidad para pasar página tanto en lo profesional como en lo personal,realmente te envidio. Un saludo con cariño.