Ozil es pintor de pincel fino, que lleva pintando el banquillo del Real Madrid con una brocha gorda demasiado tiempo. Su calidad futbolística es tan grande que no cabe en el barracón cuartelero en el que se ha convertido el vestuario del Real Madrid. Mezuto está triste y sus ojeras imposibles se han convertido en necesarias. No puede entender el trato de un Mourinho que lo convenció para que no fuera al Barcelona, entre promesas de protagonismo y de crecimiento como jugador artista, que no ha cumplido. El poco tiempo del que ha gozado en estos cuatro partidos contra el Barcelona ,ha corrido detrás de un balón que nunca alcanzaba, cuando él es un escultor con sus pies. Ozil tendría que jugar obligatoriamente en todo equipo que quiera homenajear al balón.
Mucho tiempo ha pasado calentando en la banda, esperando la llamada de un entrenador que no le ofrecía ni las sobras de un banquete al que nunca convocó. Ante tan infame invitación, a jugar los minutos basura de un planteamiento futbolístico rácano, acudió con su mirada triste, su corazón helado y sus piernas bloqueadas. Ozil no merece tanto desprecio.
Cuando acabe esta liga, y el madridismo regrese a la cordura, se preguntará una y otra vez qué hace en un equipo donde Mourinho es entrenador. Confiará en que la vanidad del técnico portugues no le permita seguir en un Real Madrid donde Pepe es el jugador estrella. Esperará a que Florentino entienda que el fútbol no puede nacer de las piernas de Kaka. O sufrirá en silencio el desprecio que le ha hecho el cuerpo técnico del Real Madrid y se refugiará en sus jugadas soñadas . Sólo su ídolo y amigo, Zinedine Zidane, puede ayudarle a salir del pozo. Él puede convencer al presidente del Madrid, para que todo vuelva a normalidad, y el señorío y el amor por el balón sean las señas de identidad de un equipo que no puede seguir más tiempo hablando en portugués.
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