Existen demasiadas razones para que los ciudadanos estemos indignados. La libertad y la dignidad humanas cada vez sufren más ataques desde los que no entienden nuestra auténtica naturaleza. La justicia está en cuarentena, la mentira se ha instalado en demasiadas instituciones democráticas, la vulgaridad preside la gran mayoría de las parrillas televisivas, nuestros líderes vuelan muy bajo, y la crisis económica se está cebando con los más débiles.
El día a día está demasiado trufado por los intereses políticos y económicos. Somos muchos los que queremos sentar en el banquillo de la crítica a todos aquellos dirigentes que olvidaron que debían servir a sus conciudadanos. Las estructuras de los partidos políticos, su afán intervencionista y su anhelo de control, han construido una sociedad que respira un aire con poco oxígeno. Son muchos los que han contribuido desde la democracia formal a que la libertad y la dignidad de las personas se vean en peligro en demasiadas ocasiones.
Era sólo cuestión de tiempo que los ciudadanos se revelasen frente a las estrecheces que imponen los jueces de la partida del juego. No tengo elementos de juicio suficientes para saber cuál será el desarrollo de estas movilizaciones que se están dando por toda España, y de forma especial en la Puerta del Sol. Hemos esperado demasiado y ahora no quiero ponerles "peros". Ojala que en sus mochilas no introduzcan el pesado fardo del sectarismo y la mentira, y no imiten movilizaciones pasadas que sólo agrandaron el cinismo de unos pocos. Todos los que tenemos razones para estar indignados no se los perdonaríamos.
En este tipo de movimientos se sabe cómo se empieza pero no cómo se acaba. Son entes vivos, con contradicciones y afirmaciones, victorias y derrotas, fracasos y éxitos. Los acomodados están nerviosos, los amantes del sillón sufren de taquicardias. La mentira no puede vencer. A falta de lema, propongo uno: "Libertad y dignidad". Así seguro que a todos nos irá mejor.
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