Francisco Umbral fue la metáfora del idioma español. Sus gafas imposibles escondieron adjetivos, su bufanda blanca protegió su corazón de esnob y sus botines le procuraron sus andares de dandy. Fue un hombre desnudo, vestido sólo por las palabras libres que su máquina de escribir tejía sin parar.
“Pequeña metralleta entre mis manos,
máquina de matar con adjetivos,
Cortaba los trajes sin patrones y tentaba a las personas con la manzana de su inteligencia mordaz. Tocó fondo y no le gustó ese terreno fangoso. A partir de ese momento, se olvidó del hombre y se elevó veinte centímetros por encima del resto de los mortales. Con hechuras de gigante de la literatura sufrió las envestidas de muchos caballeros andantes que lo confundieron una y otra vez. Su amigo el poeta José Hierro acertó calándolo como pocos, no con un verso fácil, sino llamándolo “Don Francisco de Cervantes Umbral”. O sea.
Desde Agosto de 2007 que nos dejó, estamos huérfanos de metáforas y últimas columnas. Demasiado tiempo sin Umbral.
Desde Agosto de 2007 que nos dejó, estamos huérfanos de metáforas y últimas columnas. Demasiado tiempo sin Umbral.
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