miércoles, 12 de octubre de 2011

La Medicina es nombre de persona

No ha sido hasta el siglo XX cuando de la mano de determinadas ideologías totalitarias, el concepto hombre y el concepto persona no describían  a la misma realidad. Desde el momento en que todos los hombres no son personas, con los mismos derechos, no hay razón para esperar un mismo trato  para todos. Las consecuencias de esta afirmación han sido terribles para la Humanidad, ya que algunos hombres se han erigido en jueces de otros, y han otorgado el privilegio de ser persona sólo a unos elegidos. La vida de cualquier persona merece la pena ser vivida, no así la de cualquier hombre, dicen estos nuevos pensadores. No todo hombre debe recibir los privilegios que concede la vida, repiten insistentemente estas corrientes antihumanas.
Por desgracia la Medicina también se ha contaminado con este tipo de ideologías, que no conceden a todos los hombres el estatus de persona. No todos los hombres merecen el mismo respeto, el mismo cuidado, la misma atención y el mismo esfuerzo. La Medicina se ha despersonalizado y por tanto se ha hecho menos humana en muchos aspectos.
Necesariamente debemos regresar al sentido común, a la cordura,  acercándonos al hombre que siempre fue persona. En medio de un bosque de ideas que no dejan que la luz penetre hasta el suelo, quiero apostar por la novedad radical en la historia que supone  todo hombre.
“No todos los humanos son personas”, dictaminó sin complejos, el pensador americano H. Tristram Engelhardt. Desde ese momento aparecen en la humanidad dos grupos irreconciliables, incompatibles, desconocidos y distintos, como si fueran enemigos antagónicos: los hombres y las personas. ¿Cómo podemos diferenciarlos? La prueba del nueve es la siguiente: es preciso estar conscientes, o mejor, autoconscientes, para poder ser personas, pues si no, el bioeticista de turno, nos puede desprender del título de persona aún siendo hombre, degradándonos sólo a la condición de vida biológica, despojados de los derechos y deberes que les son propios.
Cuando definimos a la persona como un hombre autoconsciente, con capacidad de juicio, racionalidad madura, conciencia del propio yo, libertad y autonomía para elegir libremente, rompemos a la Humanidad en dos grupos como hemos comentado anteriormente. A un lado están las personas, o sea los hombres sin tacha, a los que no les falta nada y mantienen su autonomía y su conciencia, y al otro lado están los hombres, que desde el nacimiento o el transcurso de su vida se han visto quebrantados, y por tanto no son ni autónomos y en muchas ocasiones tampoco son conscientes. Esta corriente ha ganado tantos adeptos, que de hecho ejerce su hegemonía en muchas universidades y diferentes centros relacionados con la Bioética. Uno de sus más afamados defensores es el profesor Peter Singer, que pretende formular una nueva Ética Médica, donde a veces lo injustificable, encuentra bula filosófica. Su apuesta es por las personas según su nueva concepción, y el hombre mermado sólo merece por su parte el olvido, o el desprecio como ser a proteger. Las sociedades siempre habían sido identificadas como maduras y ejemplarizantes dependiendo del trato que dispensaban a sus integrantes más vulnerables y desfavorecidos. Estos nuevos pensadores rompen con esta tradición y se atreven a situarse en los aledaños de las concepciones totalitarias de la vida. Lo triste de todo esto, es el excesivo eco a sus discriminatorias e injustas ideas. Para negar a unos hombres su categoría personal, se comete el disparate de establecer condiciones para tenerlas por miembros de la comunidad de personas. Las cosas son al revés, reconocer la persona es reconocer una demanda absoluta, un derecho inalienable, una exigencia incondicionada. La Medicina es nombre de persona, si no establece distingos entre hombres y personas. Si cometiera el error de hacerlo,  pierde su fundamento primero, que es el de atender a la persona, al hombre menesteroso.
El gran filósofo alemán Spaemann  remarca de una forma contundente y sencilla que los hombres son personas, que todo hombre es persona, de la siguiente forma:“La persona es el hombre, no una cualidad del hombre” y “el ser de la persona es la vida del hombre”. Abandonemos el clasismo académico de situar a la conciencia en el juez que dispensa al hombre su categoría de persona. También el pensador español Julián Marías cree que la persona humana no es una cosa entre otras, algo con miles de ejemplos, sino alguien irrepetible, o expresado en sus palabras: “la persona es un alguien corporal”.
Debemos entonar el canto de reconciliación del hombre con su ser personal, para no seguir en el camino injusto y peligroso de diferenciar al hombre de la persona, que asfixia el desarrollo de la Medicina. Por suerte el hombre tiene cualidades en su ser que lo llevan a ser llamado persona, pero el ser llamado así, no es ninguno de sus rasgos, sino el portador humano que los tiene.
La Medicina Basada en el Humanismo apuesta por el hombre como ser personal, que merece todos los desvelos de la Humanidad y por tanto todos sus esfuerzos y reconocimientos. Sólo en ese contexto podemos alegrarnos de que la Medicina sale al encuentro del hombre, porque se convierte en nombre de persona.




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