jueves, 6 de octubre de 2011

La España enlaberintada

La actualidad cabalga a galope. La prima de riesgo se convierte en pesadilla hasta para Freud. El marido de la princesa del pueblo goza de su condición de parado. La bolsa quiere cerrar porque no gana para sustos y Grecia se adentra en un laberinto donde no hay respuestas, e invita al naufragio a sus vecinos mediterráneos.
La tentación es siempre la misma. Cuando la vida aprieta, muchos apuestan por cebarse con los sencillos, actuar sin pensar, alabar a los horteras, olvidar a los sabios, excluir a los diferentes y por supuesto, despreciar al sentido común.
Sentido común, dícese de ese estado de ponderación mental que implica una percepción ecuánime previa a la acción, con ausencia de pasión distorsionadora en el momento de enjuiciar y en el obrar, que debería ayudar a gobernar las mentes humanas. O sea.
Un poco de historia nos ayudará a encontrar algún camino de salida en esta “España enlaberintada”.
En 1707 Escocia perdió su parlamento gracias a la firma del Tratado de Unión con Inglaterra. Algunos intelectuales de cortas miras, encontraron en ese hecho el origen de lo que sería su definitiva decadencia. La realidad se impuso, y nada de eso ocurrió. La apuesta de Escocia por querer participar en un gran proyecto junto con sus vecinos ingleses, no hizo que se empobreciera su rico pensamiento filosófico y político. Bien al contrario, florecieron un sinfín de sociedades culturales, clubes y compañías que se convirtieron en rico foro de discusión y pensamiento. Lo que inicialmente parecía que iba a conducir a una supresión del sentimiento propio del escocés, se tornó en florecimiento de su identidad.
Durante los dos últimos tercios del siglo XVIII, Escocia tuvo un florecimiento cultural, cuyo exponente principal fue el reconocimiento internacional de un grupo de intelectuales, que formaron la denominada ilustración escocesa. La profundidad de las obras filosóficas, literarias, históricas y científicas de autores como David Hume, Adam Smith, Thomas Reid, Adam Ferguson y Francis Hutcheson, son la muestra más significativa de lo que decimos. Fueron pensadores que no renunciando a su “provincianismo”, pero que se adentraron en la aventura de encontrar nuevas corrientes de pensamiento y movimientos culturales de otras latitudes. No necesitaron de la exclusión para afianzar su identidad.
En Escocia en aquellos años, el vivir era anterior al pensar. Se podía pensar porque se vivía. Allí la especulación iba pareja a la simpatía y al buen humor, fieles a su historia. Por eso se pudieron fundar sabias instituciones tan sencillas y complejas como la “Escuela del Sentido Común”. Esta fue la primera en aplicar en su totalidad y de modo sistemático el método inductivo. Sus presupuestos constituirían la base para el desarrollo de las Ciencias Sociales en los siglos XIX y XX.
Esta singular escuela fue fundada en 1758 por la Aberdeen Philosophical Society, liderada por Thomas Reid. El acometió la tarea de refutar el escepticismo de David Hume.
España se ha caracterizado también por ejercer de una forma generosa la política del sentido común, y también ha especulado sobre él de una forma filosófica, en muchos momentos de su historia. La Transición Española fue todo un tratado de sentido común. La empresa difícil de modernizar a una España que seguía emitiendo en blanco y negro, unió a los españoles y simplificó sus vidas. Ante la crisis, volvimos nuestra mirada a Europa, no cometimos el error de volver a mirarnos al ombligo.
El ejercicio del sentido común en la actualidad parece que atraviesa por una crisis. No hace faltar conocer los escritos de Thomas Reid, para poder afirmar de una forma desapasionada, que existen en nuestro entorno auténticos atentados a la razón y al sentido común.
Puede ser una tragedia personal que una persona a título individual, y afectando sólo al devenir de su propia vida, no fundamente en parte su actuar diario dentro de lo que hemos definido anteriormente como sentido común.
La tragedia se convierte en auténtica catástrofe, cuando el “insensato”, ejerce responsabilidades sobre otros, de las que se derivan perjuicios claros y evidentes sobre los demás. Mirando a su alrededor  podrán encontrar las devastadoras consecuencias.
Imitemos a los escoceses. La “España enlaberintada” encontrará su salida de la mano del sentido común.

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