miércoles, 9 de marzo de 2011

Historias de la mili

Melilla fue origen y destino final de la mili que me tocó hacer en el año 1996. Por mi deseo de incorporarme de forma inmediata a filas tras aprobar el Mir, Melilla era el único destino de los posibles en la región sur.
En la caja de reclutas, me facilitaron un billete de tren, un pasaje de barco y un petate vacío. Tras 18 horas interminables alcancé el puerto norteafricano cuando la noche se apoderaba de una ciudad que quería permanecer a escondidas para tantos jóvenes que ibamos decididos a asaltarla.
Llegamos al cuartel de ingenieros con cansancio y las tripas vacías. Desde el primer momento me percaté que iba a hacer cola durante 9 meses, para todo y con todos. Nos sirvieron a modo de cena un líquido naranja que el cocinero jefe se obstinaba en querer denominar gazpacho. Era un auténtico atentado establecer algún paralelísmo entre aquella deyección de vinagre con la sopa fría que conocemos como gazpacho. Después nos hicieron pasar a nuestros barracones que nos servirían de hogar durante aquellos interminables meses. Las literas eran telarañas de alambres, que habían capturado a un colchón que había servido de material de tortura para las espaldas de los jóvenes de cientos de reemplazos. Me río yo de lo que dura un colchón de látex. Aquella gomaespuma había soportado los excesos de unos jóvenes reñidos con la higiene y repletos de hormonas de forma estoica. Literalmente de pie. La taquilla que me tocó en suerte parecía la réplica barata de un ataud usado que olía a difunto. Mención particular se merecen los tigres y aquellas cubículos que decían llamarse duchas. La flora y fauna que poblaban aquellos territorios escapaba a cualquier tipo de clasificación científica que se pretendiera.
Los nueves meses que pasaron por encima de mi, no pudieran conseguir hacerme un hombre. Aprendí el arte del "escaqueo" y me dí cuenta de lo importante que era el no hacer nada pero con prisa. Porté mucho más la escoba y la fregona que el "cetme", y pensé que si iba alguna vez a la guerra, a mi me mandarían a limpiar.
A pesar de todo, recuerdo con cariño aquellos días en lo que descubrí una Melilla que no conocía y  además compartí momentos inovildables con nuevos amigos que aún conservo, muchos de ellos médicos aquí en Málaga. La mili fue la cara "b" de la vida de unos jóvenes que no querían convertirse en hombres.

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