sábado, 12 de marzo de 2011

El Camarón de la novela


El flamenco es la poesía de las tripas. Desde las entrañas sale una voz que no puede ser nunca del corazón, ni de la garganta. La métrica del cante jondo es la que dicta la amargura, el aguardiente del barato y el “caldo de gallina”. El flamenco es patrimonio de los espíritus libres que no entienden de las camisas de fuerza de las modas y la academia.
El flamenco es una forma de ser y de estar. De vivir. Autenticidad, cercanía, tradición, libertad, verdad y belleza componen los intestinos de los diferentes palos o estilos  que el cante jondo ha querido darse. Hay cante, baile y música si corre sangre por las venas. Roja de los moros que habitaron Andalucía entre lamentos melódicos, de los cristianos con pena y de los gitanos con alegría y arte. La alegría puede sólo conocerse desde la libertad, y por eso los gitanos han hecho tanto por el cante jondo.
El flamenco ha tenido mala prensa, entre suspiros de “madrugá”, de exceso y cultura analfabeta.
La Generación del 98 quiso descoser el traje flamenco de una España que se alejaba de Europa y la modernidad. Eugenio Noel, quien en su juventud había sido un casticista militante, atribuyó al flamenco y la tauromaquia el origen de los males de España. A su entender, la ausencia de estas manifestaciones culturales en los modernos estados europeos, parecían traducirse en un mayor desarrollo económico y social. Estas consideraciones hicieron que se estableciera durante décadas una grieta insalvable entre el flamenco y la mayor parte de la intelectualidad.
A Dios Gracias, Federico García Lorca y Manuel de Falla volvieron a darle el sitio que por verdad, belleza y sentido poético merecía el cante de los desfavorecidos. En 1922 organizan el Festival de Cante Jondo en Granada y tejen el nuevo traje de un arte que por ser tan libre, debía pertenecer a los espíritus de altos vuelos.
En el siglo XX, el flamenco conoce su revolución, y a su “Che Guevara”, en forma de gitano de San Fernando, que tiene por nombre José Monge, y llama a la puerta  de la Historia como “Camarón”. Su “quejío” fue el nuevo verso libre de un cante que respetaba mucho su verdad y se asfixiaba en sus tradiciones. El décimo disco del gitano rubio, se tituló “La leyenda del tiempo”, y supuso lo mismo que “Las señoritas de Avignon” en la pintura, pero en el cante jondo. Camarón desde la fragua de su garganta coronaba el “ochomil” del nuevo flamenco en una España que en 1979 todavía tenía miedo a mirarse en el espejo de la libertad. Se había obrado el milagro. La mayoría de sus seguidores rompieron el “longplay”, lo quemaron en la plaza pública, por considerar que era materia hereje, la que el cantaor de San Fernando había elaborado junto a Ricardo Pachón, Kiko Veneno, Tomatito y Raimundo Amador, en pantalones cortos. Se habían adelantado a los tiempos, y al lugar donde ahora son venerados por los “torquemadas” de poca monta del pasado. Camarón con su “La leyenda del tiempo” salía al encuentro de Federico García Lorca, abría las ventanas del flamenco y lo devolvía a su sitio, rodeado del resto de bellas artes. Ya nadie volvió a caer en la trampa de robarle al flamenco el brillo de las conquistas culturales y artísticas.
“Camarón” es el Picasso del flamenco, que con andares de “dandy”, chaleco corto, tabaco prohibido y sabor a fragua, ha revolucionado para siempre un cante que por ser jondo no se merecía morir por inanición. Uno ya no sabe si está vivo o muerto, como Elvis o los Beattle, porque la música es inmortal y no conoce de funerarias.
El cantaor gaditano se encontró un día con Montero Glez y se cruzaron un “buenasnoches” que ha dado para un libro, “Pistola y cuchillo”, que ha resucitado al de San Fernando como personaje y nos ha revelado el secreto mejor guardado del escritor madrileño.
Montero Glez (Madrid 1965) ha escrito un relato sin aspiraciones de novela en 124 páginas. Las biografías destilan olor a alcanfor, y “Pistola y cuchillo” huele a tabaco y sabe a “madrugá”. Al estilo de Cervantes y Galdós, el escritor madrileño se atreve con la primera persona para transitar al lado del gigante  “Camarón”, y tejer una fábula “calé”, que le devuelve al cantaor su rostro humano, sus pulmones negros y sus sueños en forma de canción.
La “Venta de Vargas” es la puerta de San Fernando donde Manolete se vestía de torero y Manolo Caracol conocío a un niño que cantaba como los ángeles con voz de macho. En este lugar emblemático discurre el “martinete” que Montero Glez ha tejido para gloria de “Camarón”, el “Viejales” (representante del artista) y el gallo rubio “Ciclón”. Con el martillo de su pluma va moldeando la cuarteta octosílaba de una historia que a modo de tributo, se rinde a la descripción del ambiente en la que cantaor gaditano quería amañar una pelea de gallos para conseguir los “jurdoses” (dinero) que le llevaran al galeno que insuflara aire a sus pulmones negros. El narrador adquiere la personalidad de un entrenador de gallos que asiste entre  whisky  y pescaito, al relato que Camarón construye con su pasado, sus sueños y sus desvelos,  ahogándose entre cigarro y cigarro.
En muchos momentos, cuando uno transita por “Pistola y cuchillo”, percibe matices que recuerdan a las soleares de Manuel Machado, que de tres versos en tres versos, encuentra la metáfora perfecta que nos acerca al “Camarón” que Montero Glez siguió durante años y que ahora ha encontrado en su libro.
“Pistola y cuchillo” es un libro muy especial para su autor porque lo ha parido con forceps y dolores de “madrugá”. Los seguidores del escritor madrileño que quiso nacer en Cádiz, encuentran en el cartón de tabaco que dura el libro, su secreto mejor guardado.
Montero Glez es el poeta maldito de la novela española. Raúl del Pozo lo definió como “un navajero de la literatura”,  y  Arturo Pérez-Reverte nos retó escribiendo: “Y ahora vayan y léanlo, si es que tienen huevos”.
Se presentó en el panorama literario español con su  novela titulada “Sed de Champán” (1999). Al estilo de Baudelarie o Rimbaud, escupió palabras que tejían una obra que buceaba en los sótanos de una sociedad acostumbrada a encumbrar a mucho escritor mediocre con denominación de origen.
Después le siguieron “Cuando la noche obliga” (2003) y “Manteca Colorá” (2005) así como el volumen de cuentos titulado, “Besos de fogueo” (2007). Colaborador en distintos medios y bajo diferentes seudónimos, reunió sus artículos de opinión en “Diario de un hincha, el fútbol es así “ (2006) y “El verano: lo crudo y lo podrido” (2008). Su novela “Pólvora Negra” fue galardonada con el premio Azorín de novela 2008. En el 2009 publicó “A ras de «yerba», apuntes futboleros”. En noviembre de 2010 publicó su citada  Pistola y cuchillo”.
Cuando uno lee a Montero Glez se adentra en el infierno y en el cielo que puede ser la vida, a través de unos personajes que se deslizan por el lado canalla de la existencia sin afán de querer ser absueltos por una sociedad que los olvida y margina. El lector baila leyendo sus novelas.
En “Pistola y cuchillo”, Montero Glez desvela su secreto: es el flamenco la métrica de sus creaciones. El autor se pierde en cada trabajo en su particular triangulo de las Bermudas, con Camarón, la “Venta de Vargas· y el “Candela” formando la perfecta figura geométrica.
Montero Glez es el “Camarón de la novela”.

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