Europa bosteza en un Diciembre que ya no canta villancicos y sólo está pendiente de la venta de la deuda soberana de sus países miembros. Los gobiernos han agotado todas las tijeras, y nos gustan poco los trajes estrechos que nos confeccionan. La sociedad se viste de gris y sólo se permite alguna alegría en las redes sociales. Entre tanta realidad virtual y propuestas “low cost”, nos hemos acostumbrado a unos políticos que circulan con el freno de mano echado. Sin demasiadas náuseas hemos aceptado su propuesta: la estabilidad de la mano de la mediocridad.
El pasado domingo, el escritor y político checo Vaclav Havel falleció en su país natal. El brillante dramaturgo padecía un cáncer de pulmón desde hacía años. A Europa no le da tiempo a llorarle como debiera, porque está empachada de información bursátil y folletos navideños.
Muchos desconocen que la política alcanzó en la República Checa su mayoría de edad de la mano de Havel. El comunismo durante muchos años convirtió a las personas libres y dignas, que intentaban vivir conforme a lo que creían, en meras tuercas y tornillos de una maquinaria monstruosamente grande, ruidosa y pestilente, que quiso reducir lo humano a su mínima expresión.
Los gobernantes comunistas consideraron al joven Havel “demasiado burgués” como para que pudiera acceder a la educación secundaria. Él se las arregló para estudiar en la escuela nocturna, mientras trabajaba como técnico de laboratorio durante el día.
Cuando en el año 1968 los checos quisieron recibir a la primavera en forma de revolución de la mano de Alexander Dubcek, los soviéticos impidieron con sus tanques que llegaran los aires de la renovación. La Primavera de Praga hizo a los ciudadanos recordar el dulce olor de la libertad.
El Dr. Gustáv Husák, que había llegado al poder tras la invasión de Checoslovaquia por las tropas del pacto de Varsovia en agosto de 1968, sumió al país en un profundo letargo.
Havel, en aquella época era ya un dramaturgo exitoso, y criticó abiertamente a los estalinistas de la vieja guardia y los satirizó en el teatro. Fue aclamado en todo el mundo de inmediato. Su obra fue prohibida en su país ya que a los comunistas no les gustaba su teatro. Havel siguió escribiendo una serie de obras en un acto que se representaban en viviendas particulares. Su teatro subterráneo estaba impregnado de crítica política a pesar de que Havel no quiso nunca ser otra cosa que un artista.
Dio un paso más en su compromiso con la libertad y contribuyó de manera decisiva a la aparición de la llamada “Carta 77”. Fue su primer portavoz, y sus seguidores se convirtieron en el primer núcleo de resistencia organizada contra el régimen comunista, seguido por "no marxistas" y gente de la llamada "zona gris", o gente de las estructuras oficiales, que se componía de una multitudinaria masa de artistas, científicos, periodistas y funcionarios que estaban en contra del régimen pero no manifestaban abiertamente su oposición ya que temían perder su empleo.
Fue encarcelado por el presunto delito de "actividad antiestatal", y se le mantuvo bajo vigilancia constante por parte de la policía secreta, incluso después de salir de la cárcel.
A finales de 1989 el Partido Comunista se agotó y la democracia tuvo su oportunidad. Después de dieciocho días de manifestaciones pacíficas y huelgas conocidas como la “Revolución de Terciopelo”, el gobierno comunista cayó. En Diciembre de ese mismo año, en un acto solemne en la catedral católica de Praga, Havel fue designado jefe del nuevo Estado.
A diferencia de los anteriores líderes de la Europa del Este, su gestión fue democrática y abierta. Su compromiso con las personas estuvo siempre por encima de sus aspiraciones políticas.
"La vida de Vaclav Havel se parece verdaderamente a una obra de arte", ha dicho de él su compatriota, el novelista Milan Kundera. Aunque eso sí, no fue de ninguna forma un cuento de hadas. Presidió la difícil transición del comunismo a la democracia, y eso es nada.
En su famoso discurso en Praga del 1 de Enero de 1990, titulado “¡Pueblo, habéis recuperado vuestro gobierno!”, escribió: “Vivimos en un entorno moral contaminado. Aprendimos a no creer en nada, a hacer caso omiso de quienes nos rodeaban, a preocuparnos sólo por nosotros mismos”.
En una época de discursos políticos monocordes y con métrica “tuitera” de 140 caracteres, las palabras de Havel no caben en nuestros telediarios, Su vida fue la de un auténtico gigante que no tiene sitio en una Europa que no soporta discursos desde la ética y la moral. Preferimos seguir abonados a nuestra bradicardia intelectual, que sólo soporta los sobresaltos que genera la nueva filosofía de los platós de la telebasura.
El testamento político de Havel nos muestra un itinerario que Europa no puede despreciar si quiere salir de este circuito reverberante de mediocridad. Descanse en paz, Vaclav Havel, el político humanista.
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